Muchas han sido las experiencias y los momentos de fe durante la peregrinación de la Santa Cruz de la Redención y el Icono de María por estas diócesis de Cádiz y de Ceuta.

Sin duda, el paso de la Cruz ha sido tiempo de Cristo para todos de nosotros y cada uno. Todos podríamos señalar un momento: una canción, una vigilia, una celebración, un testimonio… un encuentro, en definitiva, que nos hacía patente que “sólo en Cristo, muerto y resucitado, hay salvación y redención”.

En mi peregrinación particular tengo que señalar la acogida y la adoración en el Carmelo de San Fernando, como el momento donde el Misterio de la Cruz se me reveló vivencialmente en la vocación entregada y escondida en Dios de las Hijas de Santa Teresa.

190711_1589815317898_1611319629_31120882_1025291_nCon una emoción indescriptible, esta comunidad acogía estos símbolos de la fe en su monasterio para toda la Real Isla de León. Estas fueron sus palabras:

La ciudad de San Fernando, abre su corazón y sus brazos para acogerte y abrazarte ¡oh Cruz gloriosa!, porque en Ti nos salvó y nos reconcilió con el Padre, Cristo el Señor.

Tú eres oh Cruz, el sí de Dios a la humanidad, la expresión máxima de su amor y la fuente de donde mana la vida eterna. Del corazón de Jesús abierto en la Cruz ha brotado la vida divina. Esa vida que se nos da cuando recibimos el Bautismo y que nos hace hijos de Dios. Jesús Eucaristía, en cuya presencia estamos, es fruto precioso de la Cruz gloriosa.

Esta Cruz de salvación que hoy recibimos, asume todas las cruces que pesan sobre cada persona de este Pueblo de Dios: la cruz de la pobreza, de la enfermedad, del paro, de todo dolor y sufrimiento que existe en San Fernando y que unidos a la Cruz de Cristo, se convierten en frutos redentores.

Que el amor de Dios transforme cada dolor de esta ciudad en gozo y paz. Le pedimos a Cristo muerto y resucitado, el alivio y la solución de todas esas necesidades.

Juntamente con la Cruz, acogemos a la Virgen Nuestra Señora. María y Jesús siempre van juntos. Precisamente estando Ella al pie de la Cruz, Jesús nos la dio como Madre. Así la tiene y ama cada isleño que todos quieren vivir y ser sus hijos para siempre.

Agradecemos de todo corazón la presencia de nuestro señor Obispo, de los Sacerdotes, y de todos los fieles. Damos gracias a todos los que están empeñados en los trabajos que supone la preparación de la próxima Jornada Mundial de la Juventud, especialmente a los jóvenes que fieles a la consigna del muy querido Papa Juan Pablo II, llevan por el mundo entero la Cruz de Cristo, signo del amor del Señor Jesús a la humanidad y anuncian a todos que sólo en Cristo muerto y resucitado hay salvación y redención.

Agradecemos al Señor el don de su Iglesia y de su Vicario el Papa Benedicto XVI.

Jóvenes de San Fernando y del mundo entero, la Iglesia cuenta con vosotros. Ella nos hace progresar con seguridad y firmeza en la Fe, nos hace vivir la Caridad, animados por la Esperanza. Vivid con alegría que es el fruto del amor. Sabéis que la Cruz es el árbol de la vida y no hallamos la vida apropiándonos de ella, sino entregándola. No desperdiciéis el don de la vida que tenéis por delante, es preciso vivirla en plenitud según las reglas del amor, que nos indican los mandamientos. Por eso la Cruz que es el amor entregado de Dios, es el camino de la vida verdadera.

Queridos jóvenes vivid “arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe”. La Jornada Mundial de la Juventud es una gracia grande no sólo para vosotros, sino para todo el Pueblo de Dios.

Que la Virgen Nuestra Madre nos ayude a acoger plenamente la gracia del Misterio Pascual y a ser mensajeros valientes y gozosos de la Cruz y Resurrección de Cristo Jesús.

Seguidamente, tras los salmos y la lectura de la Palabra de Dios, el Sr.Obispo exhortó a los jóvenes y demás fieles a vivir arraigados y edificados en Cristo; para dar paso a la adoración de la Cruz.

Quisieron, las hermanas Carmelitas Descalzas, comenzar este tiempo de veneración con un gesto que expresara su testimonio y renovara su entrega bajo el signo de la Cruz. Esta fue su monición al tiempo de adoración:

Nosotras, ahora, en este momento de gracia, con el beso de adoración a la Cruz, queremos dar testimonio gozoso de nuestra fe en Jesucristo, muerto y Resucitado, nuestro Dios y Señor; y renovar nuestro “sí” a su llamada, en la Iglesia y con la Iglesia.

 “La cruz revela la anchura y la longitud, la altura y la profundidad de un amor que supera todo conocimiento y nos llena de la total plenitud de Dios”[1].

¡Qué abismo de generosidad y ternura, de misericordia y humildad! Como decía nuestra hermana Cristina:”Enmudezco ante la grandeza de mi Dios.”

Ante este amor infinito, llenas de agradecimiento, queremos renovar nuestra entrega al Señor que nos ha llamado con esta vocación preciosa, acogiendo cada día este amor y su vida divina, abriéndonos a su acción que nos va purificando y transformando, haciéndonos vivir más y más en su Comunión.

Desde el Corazón abierto del Salvador brota un torrente de amor que inunda los confines de la tierra. En la Cruz, en su Corazón traspasado, resuena el gemido, la aflicción, el dolor de la humanidad. Unidas a Él, con la fuerza de la Cruz, podemos estar presentes en todos los lugares de aflicción a donde nos lleva Su Amor compasivo.[2] “Cuanto más profundamente esté sumergida una época en la noche del pecado y en la lejanía de Dios, tanto más necesita de almas que estén íntimamente unidas a Cristo”[3].Como decía nuestra hermana Cristina: “Hambre tengo de que todos te conozcan y te tengan por su Dios. Señor, yo quisiera que todos te amaran y conocieran tu divino ser.”

188970_1589818757984_1611319629_31120894_6537295_nPor todos los hombres y especialmente por los jóvenes, renovamos hoy nuestra entrega en la entrega de Cristo.

Junto al beso de adoración  vamos a realizar otro gesto también muy expresivo: dejar caer sobre la Cruz  pétalos de flores deshojadas.

Este gesto de adoración gustaba mucho a S. Teresita del Niño Jesús y nosotras queremos hoy hacerlo con el mismo significado que ella le daba. Para Teresita los pétalos de flores simbolizan nuestros sacrificios. Cuando nuestros pequeños actos de amor tocan a Jesús, tocan la cruz, adquieren un valor infinito que se derrama sobre la Iglesia y sobre los hombres como una lluvia de gracia. Al final de su vida, Sta. Teresita descubrió en este gesto mayor profundidad; no solo será ofrecer sus pequeños sacrificios sino ofrecerse ella misma como la máxima expresión de su entrega.

También para nosotras, como para nuestra querida Santa, el amor y solo el amor nos da la clave de nuestra vocación.[4]

 

Una hermana y toda su Comunidad en ella, comenzó a lanzar sobre la cruz pétalos. Pero no era ya la acción en sí, sino la veneración y adhesión a Cristo Crucificado que expresaba con sus ojos, con sus labios, con el movimiento de todo su cuerpo… con tanto fervor que parecía trepar al madero y querer habitar en él. No fueron necesarias más palabras.

[1] Benedicto XVI, 12-4-2006

[2] Cf. Edith Stein, Ave Cruz-spes unica.

[3] Edith Stein, Vida escondida y Epifanía

[4] Cf. S. Teresita, cta. A María del Sgdo. Corazón.